“Después de esto, el Señor
estableció a otros setenta y dos y los envió de dos en dos delante de su
rostro, a cada cuidad y lugar donde tenía que ir él. Les dijo: Si la mies es
abundante, los obreros son poco numerosos. Rezad, pues, al señor de la mies,
para que mande obreros a su mies. Id: he aquí que os envío como carneros en
medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias; y en el camino no
saludéis a nadie. En cualquier casa a donde entréis, decid primero: Paz a esta
casa. Y si se encuentra allí un hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él; si
no, volverá a vosotros. Quedaos en esa casa, comiendo y bebiendo lo que se os
ofrezca; porque el obrero es digno de su salario. No paséis de casa en casa. En
cualquier ciudad a donde entréis y seáis acogidos, comed lo que se os sirva,
curad los enfermos que se encuentren allí y decidles: Se ha acercado hasta
vosotros el Reino de Dios. Pero en cualquier ciudad adonde entréis y no seáis acogidos, salid a
sus plazas y decid: Hasta el polvo de vuestra ciudad, que se ha pegado a
nuestros pies, lo limpiamos para vosotros. Sin embargo, sabed que se ha
acercado el Reino de Dios. Os lo digo: Sodoma será tratada aquél día con más
clemencia que esa ciudad. ¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si
los milagros que han tenido lugar en vosotras, hubieran tenido lugar en Tiro y
en Sidón, hace tiempo que, vestidas de saco y sentadas en la ceniza, se habrían
convertido. Sin embargo, Tiro y Sidón serán tratadas con más clemencia, cuando
el juicio de vosotras. Y tú, Cafarnaúm, ¿serás elevada hasta el cielo? ¡A los
infiernos descenderás! El que os escucha me escucha, el que os rechaza me
rechaza; y el que me rechaza, rechaza al que me ha enviado.
Los setenta y dos volvieron con alegría diciendo: Señor,
hasta los demonios se nos han sometido en tu nombre. Él les dijo: Yo
contemplaba a Satanás, como un rayo, cayendo del cielo. He aquí, yo os he dado
el poder de pisotear serpientes y escorpiones, y sobre todo el poder del
enemigo, y nada podrá haceros daño. Sin embargo, no os alegréis de que los
espíritus se os sometan; alegraos más bien de que vuestros nombres estén
inscritos en los cielos.
COMENTARIO
Estos 72 discípulos de los que se habla aquí no
son los doce, sino otros discípulos que instituyó Jesús con el objetivo de
enviarlos a predicar el Reino de Dios a las aldeas donde Jesús pensaba ir
después. Este envío comienza con una oración.
Este envío se hace en grupo, son una comunidad
de 72 discípulos y cada uno no va en solitario sino que los envía de dos en
dos. Esta comunidad de discípulos nos evoca las primaras comunidades
Cristianas, parece que Jesús quería hacer como un anuncio de lo que sería la
vida de la iglesia cuando Él ya no estuviera presente en la tierra.
A pesar del miedo que pueden sentir los
discípulos por la falta de preparación, por el ambiente hostil, lo más
importante es ir, salir, transmitir el mensaje del Reino.
Jesús les pide incluso que lleven menos cosas
consigo que cualquier viajero un poco prudente llevaría, lo hace para que quede
patente la dependencia de estos discípulos de las personas que los van a
acoger.
El centro de esta misión es la casa. Jesús les
aconseja que se queden en la casa que los acoja, en esta casa bastará que haya
un “hijo de la paz” para que pueden quedarse en ella, quiere decir que lo
importante no será que el dueño de la casa sea rico, sino que sea hospitalario.
El texto nos dice que antes de la proclamación del mensaje es muy importante la
relación humana que se establece con las personas de los lugares que van a
visitar. Esta relación humana está expresada en los gestos de comer y beber.
En el caso de no ser acogidos Jesús les dice que
“se sacudan el polvo de las sandalias”, este gesto un poco oscuro para nuestra
mentalidad quiere decir algo así como: “no nos llevamos nada vuestro” “estamos
en paz” es como el fin de una relación.
En este envío Jesús les pide que curen los
enfermos y que proclamen el Reino de Dios.
El juicio para las ciudades que no acojan a los
enviados es terrible, es como rechazar al mismo Jesús, al mismo Dios Padre.
Las fuerzas del mal se someten a los discípulos,
estos están protegidos por el mismo Dios. Este es el triunfo del cristianismo
que el pecado y la muerte han sido vencidos por el poder de Dios.
Los nombres de los discípulos están escritos en
el cielo: quiere decir que Dios Padre los conoce por sus nombres, los ama
personalmente, los protege y acompaña.
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¿Cómo
andas tú de relaciones humanas en tu apostolado, en tu vida diaria en general?
¿Eres tal vez de los que piensa que lo más importante es el trabajo, es decir
el anuncio del Reino al público en general, y se olvida del contacto personal
directo?
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¿Sientes
miedo ante el envío de Jesús? El va contigo.
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¿Eres
capaz de reconocer y aceptar tu fragilidad y tu necesidad de los otros? ¿O más
bien te sientes autosuficiente, capaz de acometer la misión por tus propias
fuerzas?
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